Nadie tiene la intención de denigrar los diamantes sintéticos o los diamantes cultivados en laboratorio, como prefiere definirlos el marketing. Siempre y cuando se respete la transparencia (no de diamantes, sino de comunicación). Cualquiera que quiera gastar menos y comprar diamantes creados artificialmente, que son químicamente iguales a los naturales, debería poder hacerlo. Es una opción legítima y, a menudo, también puede ser una buena solución para obtener joyas de diamantes. Pero siempre que esté claro lo que se compra, independientemente de la opinión de expertos y gemólogos, que hoy están tan divididos sobre los diamantes naturales o de laboratorio como los aficionados de dos equipos de una misma ciudad.
La premisa sirve para introducir los aspectos negativos, es decir, la posibilidad de estafas en perjuicio de los consumidores. Estafas que resultan perjudiciales tanto para quienes quieren comprar una joya de diamantes como para los comerciantes y joyeros que las venden con perfecta transparencia comunicativa. La noticia relata el caso de Douglas Wayne Gamble, un joyero de Salem, Oregón, Estados Unidos, que acabó en prisión acusado de haber defraudado cientos de miles de dólares a clientes, a quienes vendía diamantes sintéticos en lugar de naturales. Una estafa que fue posible, si lo confirman los jueces, durante las reparaciones de joyas. El joyero deshonesto habría sustituido los diamantes naturales por otros más baratos creados en un laboratorio. Otro caso estalló hace meses en India, éste también fue descubierto.
¿Son estos casos aislados? Tal vez. Pero la posibilidad de fraude pone de relieve uno de los factores clave para quienes producen, venden y compran joyas: la confianza. Cualquiera que acuda a una joyería a comprar un anillo o un par de pendientes debe poder confiar en la autenticidad de lo que elige. Y de la misma manera es impensable hacer pulir un anillo con el riesgo de que su diamante sea reemplazado por uno menos costoso. Por supuesto, los diamantes de un tamaño determinado están certificados e identificados con un código. Pero el comprador confía en la hoja de papel que lo acompaña, el certificado: es raro que después de la compra someta el diamante al costoso análisis de un experto o de un instituto de gemología.
A esto se suma el espectacular aumento de los diamantes producidos en laboratorios de fábricas de China e India. Son grandes fábricas (no pequeños talleres como piensan los consumidores), que emplean a miles de trabajadores cualificados y ponen en el mercado muchos millones de quilates. Como Greenlab, una empresa que cuenta con más de mil reactores utilizados para producir diamantes, con 2.500 empleados cualificados y una capacidad de producción anual de 200.000 quilates. O Kira, el mayor productor de diamantes sintéticos del mundo, con una instalación en Surat que emplea a 2.500 trabajadores.
En conclusión: si un diamante es para siempre, ni siquiera la duda te abandona nunca.
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