Creció en las playas de Tel Aviv y luego aterrizó en las de Manhattan Beach, que sin embargo están ubicadas en California: era el destino que Sig Ward viviera cerca del mar. Y ella con una filosofía exclusivamente femenina: su madre, le dice, le encantaba coleccionar joyas, que se compró ella misma. No solo placer estético, sino también empoderamiento. Así comenzó la carrera de Sig Ward, inspirándose en las joyas de su madre, para crear otras nuevas. Hasta que se sintió lo suficientemente bien como para convertir su pasión en un trabajo de tiempo completo.
Cada piedra, a menudo con un corte inusual, se selecciona a mano y se engasta en oro de 14 o 18 quilates, junto con esmalte de color. Desafortunadamente, Sig Ward es parte del grupo de personas que tienen la ilusión de que las piedras también tienen propiedades energéticas o curativas, además de estéticas. Pero quién es inocente, etc. También porque, el aspecto positivo es que el 20% de la recaudación de algunas joyas se destina a la Fundación Malala creada para apoyar el derecho de toda niña a 12 años de educación gratuita, segura y de calidad.